''Cuando el dinero vale más que la familia''
John Paul Getty , abuelo de J. Paul Getty III
El secuestro de John Paul Getty III en 1973 conmocionó al mundo, no solo por la brutalidad de los hechos, sino por la indiferencia con la que su propia familia, una de las más ricas del mundo, manejó la situación. Esta historia no es solo la de un crimen, sino un reflejo de cómo el dinero puede deshumanizar incluso en los momentos más críticos.
John Paul Getty III, nieto del magnate petrolero J. Paul Getty, tenía 16 años cuando fue secuestrado el 10 de julio de 1973 en la Piazza Farnese, en Roma. Conocido por su estilo extravagante y sus amistades en la alta sociedad italiana, su secuestro inicialmente fue tomado con escepticismo por su familia, que creyó que podría tratarse de un engaño para sacarle dinero a su abuelo, J. Paul Getty, entonces el hombre más rico del mundo gracias al imperio petrolero Getty Oil.
La fortuna de los Getty comenzó con George Getty, padre de J. Paul, quien invirtió en pozos de petróleo en Oklahoma. J. Paul Getty expandió el negocio familiar, fundando Getty Oil Company y asegurando concesiones petroleras en Oriente Medio, lo que consolidó su fortuna y lo convirtió en un ícono del capitalismo moderno. Sin embargo, a pesar de su riqueza, Getty era conocido por su avaricia extrema, lo que quedaría en evidencia durante el secuestro de su nieto.
Tras ser capturado, John Paul fue trasladado a diversas localidades rurales en el sur de Italia. Sus secuestradores, identificados posteriormente como miembros de la mafia calabresa 'Ndrangheta, exigieron un rescate de 17 millones de dólares. Mientras el joven permanecía encadenado en condiciones deplorables, su abuelo se negó a pagar, justificando su decisión con su famosa frase: "Si pago un centavo ahora, tendré 14 nietos secuestrados". el rechazo a pagar el rescate prolongó el sufrimiento de John Paul, quien pasó meses en cautiverio tratando de ganarse la simpatía de algunos de sus captores, pero la tensión aumentó cuando las negociaciones se estancaron.
A medida que los meses pasaban, los captores comenzaron a enviar señales más violentas. En noviembre, hartos de esperar los secuestradores enviaron a un periódico italiano una oreja cortada de John Paul III junto con una carta que amenazaba con más mutilaciones si no se cumplía con el pago. Finalmente, el abuelo accedió a negociar y redujo el rescate de 17 millones a 2,9 millones de dólares. De esa cantidad, solo pagó 2,2 millones, y le prestó 700.000 euros al padre que era responsable de pagarle de vuelta dicha cantidad de dinero con un interés del 4%, como si se tratara de un préstamo bancario y no de una ayuda familiar en una situación de emergencia. Esta decisión fue duramente criticada porque reflejaba la frialdad y la obsesión de J. Paul Getty por su dinero, incluso en una situación tan delicada como el secuestro y tortura de su nieto.
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(Jhon Paul Getty III , sin la oreja) |
Pero la liberación no marcó el final del calvario para John Paul. Las secuelas físicas y emocionales del trauma lo persiguieron el resto de su vida. Sumido en el abuso de drogas y alcohol, en 1981 sufrió una sobredosis que le provocó un derrame cerebral, dejándolo tetrapléjico y casi ciego. Pasó el resto de su vida en silla de ruedas, dependiente de cuidadores hasta su muerte en 2011, a los 54 años.
El secuestro de John Paul Getty III dejó al descubierto la deshumanización que puede acompañar la acumulación de riqueza. Mientras el mundo observaba con horror cómo se negociaba la vida de un adolescente, J. Paul Getty se mantuvo firme en sus principios financieros, priorizando su fortuna sobre la seguridad de su familia.
Este episodio se convirtió en un recordatorio inquietante de cómo el dinero puede distorsionar las relaciones humanas y transformar la empatía en transacciones calculadas. La historia de los Getty no solo habla de riqueza y poder, sino también de pérdida y fragilidad humana. John Paul Getty III fue víctima de una tragedia personal que simbolizó las tensiones entre el dinero y los valores familiares. Su historia sigue siendo un ejemplo perturbador de cómo las prioridades pueden perderse en el brillo del oro y una advertencia sobre el precio real de la avaricia.
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